REFLEXIÓN CABEZA DE GÓNDOLA

«Y también hay que cuidarse de lo que uno lee y bebe por la noche, hay que cuidarse de los sueños y de las pesadillas y de los paraísos naturales y también de los otros, hay que cuidarse. Hay que cuidarse de que no te fanen y que tampoco se te corten los talones de los pies, de los hongos hay que cuidarse, de no engriparse ni pegarse nada.

Nada debe moverse, ni las muelas ni los dientes. Uno debe cuidarse de lo que escribe y de lo que hace y de lo que piensa. Que no lo caguen las palomas, que la mierda no le inflame las suelas y el alrededor. Uno también debe cuidarse del perro y del vecino y de la vecina; incluso uno debe cuidarse de la policía, de los bomberos y de la mismísima Cruz Roja Internacional.

Uno debe saber elegir entre los amigos y en eso también hay que saber cuidarse de cualquiera y también de cualquier mosquita muerta. Esas son las peores.

Hay que acostumbrarse sea en donde sea a mirar con detenido cuidado la fecha de vencimiento de sea lo que sea que usted tenga en la mano dispuesto a llevarse para casa. Tenga cuidado con lo que se lleva, por derecha o por izquierda y también tenga muchísimo cuidado con lo que está cuidando. No vaya a ser un cuervo. Tenga cuidado con las entradas y con las salidas, también con la rubia tenga usted cuidado y siempre use forro. No hay que pegarse nada, le recuerdo una vez más. Ojo con lo que firma. Ojo con lo que promete. También tenga cuidado de los recuerdos suyos de usted y aquellos que pertenecen a las rubias. Que no vaya a volarse ni una chapa, también hay que cuidar el cuero cabelludo.

Asuma sus deseos con excesivo cuidado y no deje tentarse. Ni llame, ni responda. Poco dato y cuidado con lo que dice por teléfono. También hay que cuidarse de lo que uno dice y de lo que uno escucha o está expuesto a escuchar. Tenga cuidado con lo que come y también tenga cuidado con lo que tira.»

9789879355787

Pancho Muñoz. 20 Poemas Peronistas y Equitación Japonesa. Ediciones CICCUS, 2009.

Apoikía

«Aquella era la mañana en que Evelio habría deducido que todos los muertos estaban enterrados y algunos vivos también lo estarían. Lo supo él, que era un hombre que estaba singularmente herido. De singularidad. Supo que primero estaría vivo para más tarde estar muerto.

Y partió aquella mañana,
de consecuencias imprevisibles
aquejado de sí mismo.
Demencialmente vivo
para algún día estar muerto.

Supo mejor que ninguna otra vez en su vida que llevaba una presión de cinco atmósferas dentro del pecho, justo allí donde podrían desovar sus crías las lechuzas.

(…)

Y así. Sin previo aviso. Como un predador diestro en saquear conciencias, alentado por el dolor del vientre cuando está repleto de gotas de agua. Evelio. Sin más. Se dio lentamente a la lluvia.

Y Evelio llovió.

(…)

No era bueno ni malo.

Era, simplemente, llover.»

 

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Apoikía. Ángeles López. Editorial EKOTY, año 2000.

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**Nota de la administradora: Este libro en particular, debe ser el mejor de todos los que conseguí a la largo de estos años. Salió, increíblemente, $5.

9.

«Como la crisálida que deja de ser gusano

pero todavía no es mariposa

 

Las personas mantienen

breves romances con la fiebre

 

En la puesta en escena de un solo día

cada mínima acción requiere un móvil

 

Todo apariencias y acontecimientos

 

Decoramos las paredes de una casa

que permanece deshabitada

la mayor parte del tiempo»

 

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Javier Fernández. Cosas por el estilo (sueltos). Ediciones Letranómada, 2010.

EL DESAMPARO

«Yo soy

yo soy hasta el hartazgo

soy hasta la palabra

y después sigo siendo

tal vez purificado por el verbo.

 

Soy en el ciclo infernal

de los sonetos

y en el estravagario

de los cuerpos.

Soy el ciego atormentado

que enhebra las vocales…

y vuelto corazón

hacia otro rumbo

soy el que teje con las madres asesinas

y obedece el dictado de sus voces.»

 

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Osvaldo Gallone. «Ejercicios de ciego». Ediciones Botella al mar, 1979.

 

Tipos de inteligencia

«…es la inteligencia de los llamados talentosos o «capaces», que el mundo conoce por miles. No se ofenda -me dijo, encogiéndose de hombros-; es la inteligencia de los grandes sabihondos, de los humaniora. Tiene sólo dos peligros: el aburrimiento y la dispersión (…) En cuanto al otro tipo de inteligencia -dijo- es mucho más raro, más difícil de hallar; es una inteligencia que encuentra extrañas y muchas veces hostiles las ligaduras más comunes de la razón, los argumentos más transitados, lo sabido y comprobado. Nada es para ella «natural», nada asimila sin sentir a la vez cierto rechazo (…) Y este rechazo es a veces tan agudo, tan paralizante, que esta inteligencia corre el riesgo de pasar por abulia, o por estupidez. Dos peligros también la amenazan, mucho más terribles: la locura o el suicidio. Cómo sobrellevar esa protesta dolorosa contra todo, esa sensación de no estar emparentado con el mundo, esa mirada que no registra sino insuficiencia y debilidad en los lazos que todos los demás encuentran necesarios (…) Son pocos, muy pocos; la humanidad los acoge otra vez en sus brazos y los llama genios. Los demás, se quedan en el camino… -murmuró para sí- no encuentran lugar bajo el sol.»

 

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Guillermo Martínez. «Acerca de Roderer». Editorial Booket, 2009.

Me abandona

«el cuerpo se corre de su eje

como si fuese una sombra

se queda lejos

inútil

copia de otra forma

y me es infiel

no logro retener la tristeza

ella también me abandona

sigue al cuerpo   a la memoria

busca su lugar en la garganta

para eyacular palabras

en la voz

la excusa de mi existencia

el cuerpo

abandonado

despiadado

el que abandona

se sabe

ya no saber qué desear»

 

Imagen

Martín Loire. «El animal propio». Editorial iRojo, 2005.

Servicio público

«Alguien me está tocando el culo.

Hace como diez cuadras.

No en forma grosera.

No.

Es una especie de vaivén suave que hace que yo espere el nuevo contacto.

Lo viene repitiendo una y otra vez.

Tendría que correrme un poco o armar lío.

En una de esas, si me doy vuelta y le echo una mirada fulminante, se deja de joder.

Seguro, ¿qué se cree?

Ahí me toca de nuevo pero esta vez lo hace más despacio.

Parece que se regodeara con este jueguito perverso.

Me acaloro, me cuesta tragar saliva.

Algo tengo que hacer.

No puede ser que esté sudando como una imbécil mientras un tipo me apoya en el colectivo.

Y yo sin reaccionar.

Tengo que hacer algo.

Ahora se aparta.

Parece que ya no va a tocarme más.

Menos mal, porque iba a armar un escándalo bárbaro.

Me da bronca porque justo lo iba a deschavar delante de todos.

Se nota que se dio cuenta.

No sé por qué sigo teniendo la boca seca.

Me toca de nuevo.

El corazón se me dispara.

Pero no, o es el mismo.

Este fue un roce tosco, como al descuido.

Como alguien que pasa y se va.

Me estoy corriendo para dejar bajar a la gente.

Toda mi piel está a la expectativa.

Me angustio.

Descubro que lo estoy buscando.

Quiero que me siga apoyando.

Seguir con el perverso vaivén.

Suave.

Cálido.

Clandestino.

Sabiendo que me muero de ganas de sentirlo de nuevo.

Sintiéndome cada vez más sola.»

 

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Alfredo Bracaccini. «Vidas alternativas». Editorial De Los Cuatro Vientos, 2007.

La carne duele

«la carne duele

querés saltar

uno, dos y

tres

ahí van esas manos sucias

de galletitas y témpera de la escuela

agarradas se desplazan

por el vacío

en una dirección confusa

ninguno quiere reconocerse

uno, dos y

tres

¿Quién caerá primero?

es una cuestión de física clásica

suma de fuerza de gravedad con peso concreto

nadie puedo confiar

«me rescatará cuando caiga»

ya en el piso

sobre la cerámica blanca

que tu papá mandó a colocar

mi cuerpo infame

prestidigitador de cuchillos

asesta golpes

35 puñaladas

desparraman

un espeso líquido amarronado

rojo no

rojo no quiere ser

rojo

animal

en celo

mamífero

vertebrado

bípedo

que a veces confunde

abecedarios de colores en aula

de primer grado

papá se va a enojar

¿Y si queda manchado?

yo te lo dije

uno, dos y 

tres

¿Y ahora qué voy a hacer 

con este cuerpo?

quiero una explicación

a la una, a las dos y 

a las tres

¡Papá!

yo no fui

siempre la ovejita negra

llanto a moco tendido

y balbuceos

yo

solo quería jugar

al Scrabel

pero ella hizo 

trampa

se copió

de mis palabras

¡Está muerta,

está muerta!

eco en oído

flashback

en sus ojos

recreo

la última escondida

los hombros rozando los hombros

detrás del armario»

 

Imagen

 

Paola Ferrari. «Balcón con cactus». Editorial Zorra Poesía, 2007.

El error teológico

«Sola. Anda envuelta en una túnica de luto.

Pasea distante por oscuras soledades,

por desconocidas praderas y bosques dormidos,

e impenetrables remolinos le cortan el paso.

Se pregunta: «¿Dónde estoy? ¿En una tierra antigua?

¿Tal vez en un mar muerto? ¿Adónde voy?»

Como las locas pregunta y suspira sin descanso,

y se afana por lograr una estrella misteriosa.

Sola. Ya es eterna. El paisaje prehistórico

es su presente, lo extraño ya no le es extraño.

Siente que ha nacido de un árido desierto,

o de algún pico nevado de la muda cordillera.

Ya ha vagado por todos los rincones,

y encontró las respuestas tan negadas;

ha descubierto que el mundo es la trampa de Dios,

y sabe que el cielo es el laberinto del Diablo.»

 

Imagen

Osvaldo R. Sabino. «Mujeres solas: canciones, sueños, pesadillas y poemas». Editorial Corregidor, 1990.

 

A veces nos pasa

wpid-img_20140602_122730.jpg «A veces nos pasa.

Nos cansamos de repente
de esperar;
de esperar algo que no sabemos
pero que esperamos
entre cafés con leche
y medias gastadas.
Como si nos cansáramos de andar arrastrándonos
a través del tiempo y del espacio;
de ser siempre los mismos
y gritáramos.

¿Acaso soy mi nombre
que se repite de boca en boca?
¿Qué significa ser Alejandro toda una vida?
¿Y cuando no nombran Alejandro
no existo?
¿Existo pero no significo?
¿Seguiré a pesar de Alejandro?
Debajo de eso tan compacto y concreto,
debajo de esa sucesión ridícula,
de esa A y esa L
de esa E y d esa J
debajo de ese Andro

estoy yo, enredado en horas y en miradas

Y me canso.

Entonces esa voz en mi interior
se pelea y se separa de Alejandro
y me dice que Alejandro no es esa voz en mí
que quizás tan sólo Alejandro es esa voz en vos.

¿Qué es esto que nos pasa a veces,
cuando nos damos cuenta de que no somos tan Alejandro,
ni tan Carlos, ni tan Juan José;
cuando nos damos cuenta de que no somos tan nominales
ni tan correctos
ni tan palpables como el río o la piedra?

¿Qué es Alejandro?
¿Un invento mío o de ustedes?
¿Y si me llamara Juan José,
significaría lo mismo que Alejandro?

Esa voz en mi interior
¿A dónde va?
¿De quién es?
¿Es mía?
¿Y por qué me desconoce a veces?
¿Por qué me supera?
¿A dónde me quiere llevar?
¿Quién soy yo si no soy Alejandro
y quién es Alejandro si no soy yo?

¿Qué nos pasa a veces?

¿Y quién soy ahora,
ahora que no me reconozco en esta voz
que está en mí
y me pierde?»

 

Imagen

Alejandro Farías, «Cuando digo». Imaginante Editorial, 2007.